miércoles, 30 de marzo de 2011

¿Cómo condenar a una vocación sacerdotal sin condenar a Dios mismo?


Uno de los principales problemas que debe de enfrentar la Iglesia en relación a los abusos no es el hecho de que actuaron mal, que fueron criminales o que cometieron algun tipo de falta que merezca sanción. El problema esencial es que es imposible el poner en duda el actuar de quienes están amparados por una ley universal, no una ley temporal ni civil, sino por la existencia de algo que ningún mortal puede comprender; la continuidad de la palabra de Dios y, por ende, de la verdad materializada en algunos elegidos por un llamado celestial: la vocación. Es que aquí la Iglesia se enfrenta al dilema de hacer una suerte de “suicidio simbólico” actuando en contra de los suyos pero poniendo un velo de duda en una institución que no puede tener duda alguna de su actuar. Ahí es donde se encuentra el problema, esto no es un político ladrón, sino que es una vocación falsa, un falso llamado de Dios, y con respecto a eso: dudar del llamado de Dios sería dudar de Dios mismo. Eso es inadmisible por la Iglesia, le es imposible entregara a uno de los suyos sin poner en duda las mismas bases de la Iglesia, de su origen supraterrenal y de su “verdad revelada”. Un político ladrón traicionó a sus electores, una madre asesinando a sus hijos traicionó la naturaleza de madre ... la Iglesia está dispuesta a entregar a uno de los suyos sin caer en el conflicto que “Dios nos engañó” o que “la Iglesia de Dios”, esa verdad materializada, fue incapaz de ver y de separar la verdad de la mentira (?)

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