miércoles, 25 de septiembre de 2013

Haz valer tus derechos: ¿Cómo solicitar a Carabineros el retiro de propaganda electoral de lugares públicos?




Ley 18.700 sobre Votaciones Populares y escrutinios:

Artículo 32.- No podrá realizarse propaganda electoral con pintura, carteles y afiches adheridos en los muros exteriores y cierros, sean éstos públicos o privados, salvo que en este último caso, medie autorización del propietario, poseedor o mero tenedor; como asimismo en los componentes y equipamiento urbanos, tales como calzadas, aceras, puentes, parques, postes, fuentes, estatuas, jardineras, escaños, semáforos y quioscos. Tampoco podrá realizarse propaganda mediante elementos que cuelguen sobre la calzada o que se adhieran de cualquier modo al tendido eléctrico, telefónico, de televisión u otros de similar naturaleza.

Artículo 35.- Carabineros fiscalizará el cumplimiento de las disposiciones de los artículos 30 y 32, salvo en lo referente a la prensa, radio y televisión, y procederá de oficio o a petición de cualquier persona, a retirar o suprimir los elementos de propaganda que contravengan esas disposiciones, dando cuenta de lo actuado de inmediato al Juez de Policía Local competente, según el artículo 144 de esta ley.







CARTA FORMATO TIPO

(Ciudad), _____________________ de 2013

Al Sr.
__________________________________ 

_____ Comisaría de Carabineros de _______________________

Presente.

De mi consideración:

Junto con saludar afectuosamente, me dirijo a Ud para solicitar, en virtud de lo dispuesto en el artículos 30, 32 y 35 de la Ley N° 18.700 sobre Votaciones Populares y Escrutinios, se proceda a fiscalizar y proceder al retiro inmediato de material definido como Propaganda Electoral, colocado fuera del plazo establecido en la norma antes señalada, ubicada en los siguientes lugares:

COMUNA LOCALIDAD CALLE DESDE HASTA






Posterior al retiro solicitado, pido además se dé cumplimiento a esta disposición, dando cuenta al Juzgado de Policía Local competente, de acuerdo a lo dispuesto en el artículo 144 del mismo cuerpo legal.

Sin otro particular, saluda atentamente a Ud.

NOMBRE DEL SOLICITANTE









domingo, 22 de septiembre de 2013

Creencia ideológica; no decir dictadura y la dictadura desaparecerá.

Hanna Arendt escribió: “El tercer mundo no es una realidad sino una ideología”, recordándonos la conceptualización y sistema de clasificación que se esconde tras la “idea de algo”, las leyes que sustentan esa idea como una forma de enfrentarnos a “ese algo”. Así, por ejemplo, es posible comprender que si nuestra percepción de la realidad es ideológica es un imposible el llegar a establecer leyes que sustenten nuestro pensamiento sin “creer” en ese sistema de pensamiento. Se debe creer para confiar en una idea, así la creencia en una determinada religión es un sistema de leyes que sustentan esa creencia y no otras “leyes” que –obviamente- desembocarían en el rechazo a tal religión. El autor norteamericano Hal Borland escribió magníficamente: “No se puede sospechar de un árbol, o acusar a un pájaro o una ardilla de subversión o de cuestionar la ideología de una violeta”. La ideologías no son propias de la naturaleza, la naturaleza no es ideológica, no podemos acusar a la lluvia de “provocar inundaciones” ni pedir la renuncia de Dios por esto, aunque si usted viviera en el Egipto Faraónico –que vivía bajo otro sistema de creencias- esto sí pudiese haber sido posible debido a la responsabilidad que tenía el faraón con respecto a los fenómenos naturales. Y hoy, décadas después de que se proclamara el “fin de las ideologías” -una vez que cayó el muro de Berlín- nos encontramos con el espectáculo de que se quiere proclamar el triunfo de la tortilla –de la despolitización política- sin romper un huevo- movilización política-. ¿Cómo proclamar la verdad de la desideologización política pero bajo la ideología democrática de la necesidad del voto?. En otras palabras; el triunfo de la “creencia” en un “mundo mejor sin ideologías” es que ; o existe una verdad revelada, o la racionalización de “esa creencia” –ideología- llegó a un punto de perfección racional tal –demostrable- que es un “axioma científico”. 


La “Mayoría Silenciosa” es eso, en mayor o en menor medida es un “axioma científico” o una “verdad revelada”. Es esa verdad que no puede pronunciar la palabra “Dictadura” sin caer en el conflicto de que su verdad está teñida de vicios y violaciones a los Derechos Humanos, es mejor omitir, es mejor olvidar ese “ideología que divide” y abrazar la “ideología que no divide”, la verdad que te dice; todo lo que huele a político no sirve de nada –o es conducente a nada por que “todo es lo mismo”- por lo tanto todo acto que apele a la “vieja política” –incluyendo ir a votar- no sirven de nada, un gasto de tiempo inútil o el legitimar a “los mismos de siempre que harán lo mismo de siempre”. La deslegitimidad total por medio de la legitimación de que la política es, en sí, algo que nada sirve. Lo legitimo de la “verdad desideologizada” es que esa verdad te dice “¿para qué votar?”. "¿para qué decir dictadura?"

viernes, 13 de septiembre de 2013

Reformar el Binominal- en nombre de la Representación- con una peor Representación


Un
22,46% fue la participación efectiva de las elecciones primarias pasadas, es  decir que en un padrón electoral de 13.388.643 ciudadanos participaron 3.007.687. Y los cálculos pesimistas que señalaban que no votarían sobre el 10 al 15% se volvieron uno de los temas centrales de análisis luego del triunfo de Michel Bachelet –no sorpresivo- y el golpe al ego democrático de Allamand que determinó que sus amigos de coalición ganaran democráticamente. Y las cifras parecían claras, más de un millón y medio de ciudadanos habían votado por la ex presidenta, y un poco más de 400.000 votantes habían señalado que Longueira sería el candidato de Gobierno, aventajando a Allamand por 22.159 electores –aunque, como sabemos, el candidato UDI se retiraría de la carrera presidencial debido a una “depresión”-. Números y cifras, cálculos que nos llevan nuevamente a esa especie de vértigo matemático que alterando cualquier enunciado buscan una conclusión lógica ahí donde la pregunta no es el enunciado, sino aquello que deja de decir el enunciado, aquello que calla. De la misma manera como las cifras macroeconómicas son denunciadas como una alteración de la realidad ahí donde “esas cifras no representan una fotografía de la realidad debido a los niveles de desigualdad”, y el enunciado es falso ya que no señala la variable “desigualdad”, nuestras cifras democráticas buscan hipnotizar con números y porcentajes aquello que omitimos, la desigualdad. 
El 77,63% de la población no participó, y ese ¾ que se abstiene en un país donde la mayoría de los males sociales apuntan con el dedo a “una minoría”, nos debería llevar a pensar no en los triunfos al interior de las minorías –de ese 22,46% que participó- sino en la omisión de esa gran mayoría cuya no participación fue considerada –casi sin excepciones- como “una grata sorpresa”. Así como la construcción de las expectativas tiene la realidad como límite, y ahí donde mis expectativas siempre tienen que tener como referencia constante un concepto de realidad pactado socialmente, nuestras expectativas de “grata sorpresa democrática” nos llevan a un 22,46% de participación. Nos encontramos con un problema conceptual donde la participación de sólo ¼ representa un ejercicio democrático en sí, y no sólo eso, sino con el hecho de que la grata sorpresa es que se alcanzó ese ¼ ahí donde las expectativas eran menores. Nos mareamos con los números y cifras, perdimos de vista la democracia como un acto participativo –como condición básica- y cualquier número y porcentaje se convirtió en una victoria ahí donde, al parecer, se esperaba “aun menos”. 
En Chile nuestro último antecedente de elección presidencial son del año 2010, en las cuales participó el 87% en la primera vuelta y 86% en la segunda -con inscripción voluntaria y voto obligatorio-. Para poder volver más democrático un sistema cuestionado por lo “poco democrático” se decidió volver la inscripción automática y el voto voluntario para que –curiosamente- se llegara al resultado inverso; que participen “menos votantes”. Pensemos de manera positiva por un momento, y comparémonos con otros países que tienen la “democrática” característica del voto voluntario. En México donde el voto se declara “libre” la participación en las elecciones presidenciales del 2012 alcanzó 63,34%; en Colombia –en las presidenciales del 2010- se llegó al 51% y en la segunda vuelta -en la que triunfó Juan Manuel Santos- participó el 44,5%; en Venezuela –donde la decisión de ir o no a votar es en la práctica voluntaria- participó el 80,52% del padrón electoral para elegir entre Chavez y Capriles... En las municipales del 2012 se abstuvo de votar el 59,1% de los chilenos –con voto voluntario- mientras con voto obligatorio en las Municipales del 2008 el 33,6% de los votantes se abstuvo. Si en las municipales –que se señala que participa un número inferior de votantes que en una presidencial- los niveles de abstención aumentaron en más de 25% con respecto a una elección con voto obligatorio- ¿Qué es lo que podemos esperar de la elección presidencial de noviembre? ¿Cuánto es el nivel de abstención que nuestra democracia puede aguantar sin volverse una democracia de las minorías como es nombrada Colombia con un 44,5%?. Que haya participado el 22,46% en una primaria fue considerado una “grata sorpresa”, ¿Si llega a participar más del 50% en la presidencial será considerado un triunfo democrático por “doblar la primaria”?. Sigamos pensando positivo, sigamos pensando que va a participar la mayoría de la ciudadanía. Esperemos que así sea.
Como defensa al voto voluntario se señalaron muchos aspectos que democratizarían el acto mismo de votar al dejar sin ningún tipo de sanción a quien no vote –obviamente la sanción moral queda descartada en un país donde los niveles de desafección política e ilegitimidad del sistema político son aberrantes-. En último término el axioma de fe es: los ciudadanos son libres de decidir si quieren cumplir con su rol de ciudadanos o no, en caso de hacerlo es una cosa de libertad, de no hacerlo… ídem. Aumentaría la abstención; No –decían-, aumentaría la brecha de desigualdad de participación entre ricos y pobres; para nada –dijeron-. El cuadro fue vendido así. Y resulta que en un país con altos niveles de cuestionamiento democrático, con respecto a los reales niveles de democracia, la falla de la implantación del voto voluntario no ha sido cuestionada en su totalidad. No sólo debería alarmarnos que sea considerado un triunfo el 22,46% de participación en una primaria, sino que debemos sentir terror si llega noviembre y una participación cercana al 50% nos lleva a gritar de alegría democrática.
La Secretaría General de la Presidencia declaró en Noviembre del 2011 que “la oposición al voto voluntario en nombre de los intereses de los más pobres no es más que un autoritario e irrespetuoso paternalismo de minorías presuntamente esclarecidas, difícil de conciliar, otra vez, con los principios democráticos”[1]. En nombre de la inmensa mayoría de no privilegiados, el Gobierno impulsaba un voto voluntario que “los privilegiaba”, así decían.  Pero resulta que en las primarias el promedio de participación de las 10 comunas más ricas de Chile –de acuerdo a la Casen- es de 34%, en cambio en las 10 comunas más pobres es sólo de 17%. En términos simples, cada vez que votan 2 ciudadanos de las comunas más ricas sólo lo hará 1 de las comunas más pobres. Otro ejemplo más radical; Puente Alto tiene un padrón electoral de 320.743[2] electores de los cuales participaron 54.951, Las Condes tiene un padrón electoral de  211.850 con una participación en primarias de 96.698 votantes. Esto significa que en la populosa comuna de Puente Alto participaron en primarias sólo el 17,1% de los votantes, en cambio en Las Condes –una de las comunas más ricas del país- el 45,6%. Aproximadamente cada 3 votantes en primarias en Las Condes, sólo hubo uno en Puente Alto.
¿Qué pasa en comunas rurales o pequeñas?  La incorporación de pequeñas comunas ha permitido justificar las diferencias de sesgo con respecto a ingresos económicos en los análisis, sin considerar que sólo las comunas urbanas de la Región Metropolitana representan 1/3 de los votantes de todo el país y que en ellas se puede observar de mejor manera la relación entre “cantidad de votos potenciales” y “cantidad de votos emitidos” a partir de una clasificación entre comunas ricas y pobres. ¿Pero eso no es así en todo el país? No, la mayoría de las comunas del país –en cantidad- no presentan esta relación entre “a mayor ingreso-mayor participación”, estas comunas son las que tienen menos de 50.000 ciudadanos pero que en su totalidad –sumadas- no representan siquiera el 30% del padrón electoral del país. Es decir, al menos el 70% de los votantes vive en  comunas que presenta la característica de “a mayor ingreso mayor participación”, el resto, “rurales” o con menos de 50.000 habitantes tienen una participación de 1/3 del total, en cambio las “urbanas” –que presentan la relación de “mayor ingreso- mayor participación” son 2/3 de todo el padrón electoral[3]. Cuando señalan algunos analistas que la mayoría de las comunas no presentó la característica de “a mayores ingresos-mayor participación” dicen la verdad, pero sólo se refieren al número de comunas –que en su mayoría tienen menos de 50.000 habitantes- y no a la cantidad de votantes –que se concentran en comunas de alta densidad de población- que sí presentan la característica antes señalada, 2/3 del total.

La omisión gana en el voto voluntario, y gana aun con más fuerza en las comunas pobres, y ese incluso engañoso 22,46% de participación en las primarias, se convierte en un extraño triunfo donde sólo ¼ de los electores concurrió pero que da pie a convertir un esperado aumento en un 100% –que vote la mitad del padrón electoral- en una suerte de horizonte democrático para noviembre; una expectativa curiosa, donde su satisfacción es llegar a que participe sólo la mitad de la ciudadanía.
Y puede que el problema no termine ahí. Las rimbombantes reformas propuestas al sistema electoral binominal apuntan a solucionar los problemas de representatividad de una curiosa manera;  ahí donde “votan más los ricos” –el 70% del padrón electoral- sea mayor la cantidad de diputados y senadores elegidos para representarlos. ¿Representar a quién? Mayor representatividad, nos dicen, y resulta que esa representación pretenden que sea ahí –donde viven más del 70% de los electores- y donde “a mayores ingresos mayor es la participación”. “La libertad de votar”, nos volverán a señalar como justificación.




domingo, 21 de julio de 2013

Chile; El Derecho a la Educación, pero sin Calidad ...



Sencillamente me es difícil hacer algún tipo de introducción a lo que quiero narrar, y en lo posible analizar, para que, pedagógicamente comprendamos que en todo acto político existe la “búsqueda” de alterar las conductas, y no sólo las conductas, sino inculcar elementos de carácter ideológico en “ese acto político”. Así es posible el darse cuenta que cada “discurso público” es un discurso que busca ideologizar al “público”, valga la redundancia, explicar y actuar en pos de la defensa de “tal política”, y así también existe el discurso político más “camuflado”, ese que quiere decir algo pero por medio del eufemismo, de aquello que no dice, de aquello que “huele bien”, aunque sabemos que sólo es para esconder el olor a “podrido” de la omisión y de quienes son lanzados al margen de un proyecto de país..
 
No hay que ser un erudito para ver que el discurso ideológico de la Alianza no puede incluir la existencia de una educación gratuita –y de calidad- sin entrar en contradicción con sus concepciones de libertad, ligados a principios liberales radicales, que convierten a todo como “parte del mercado”. Es así, de una u otra manera, cuando el presidente Sebastián Piñera inauguraba la sede Duoc San Joaquín -en el 2011- y señalaba “la educación es un bien de consumo” no estaba diciendo nada nuevo, sino que estaba desnudando el eufemismo constante bajo el cual se había camuflado la ideología más brutal bajo la cual ha actuado el concepto de “libertad” que han tratado de crear en el país; convertir todo en un bien de consumo sin límite alguno –social, económico o medioambiental-. Todo es cancha y se puede “jugar” en todas partes, dicen que no es ideología –siendo la ideología más radical que puede existir- el convertir la ciudadanía en algo que puede tener grados, grados de consumo de la ciudadanía, la ciudadanía como consumidor. A mayor capacidad de consumo, mayor son los niveles de educación o salud a los cuales puedes acceder –que son derechos básicos- y por ende mayores niveles de “dignidad” o “respeto” social que puedes obtener por acceder a esos derechos que, obviamente, se convierten en derechos restringidos, pero universales, es decir “puedes acceder a ellos si tienes la capacidad económica para pagarlos”. Los derechos son para todos, pero como son parte de los “bienes de consumo” debes de pagar por ellos. Un concepto de “libertad” basado en principios económicos no es un concepto neutral, sino que “se debe” a una concepción donde el hombre es “tal hombre, con tales principios éticos o morales”, una concepción antropológica se esconde en ella, y en este caso el “dividir” la “capacidad de ser ciudadano” jerarquizándolo por la capacidad de “consumo”.

A mayores recursos mayor educación, mejor salud o un aire “más limpio”, más ciudadanía plena ¿para qué cambiarla?. A menores recursos una salud colapsada, una educación que crea “mano de obra barata” y un hedor a podrido por fábricas y vertederos donde los reclamos no son escuchados ¿para qué ser ciudadano?. Una ciudadanía marcada por la capacidad de consumo, ciudadanos que son tales en la medida en que son capaces de “consumir derechos”, y no ser un gasto... los que “son un gasto” deben ir a los márgenes, a la periferia, a la omisión social, al olvido. Una dignidad de primera, de consumidores, y una dignidad “de segunda”, de aquellos que pueden o no quieren “consumir derechos”, sino que los exigen sin entregar beneficios económicos a un sistema cuyo fin es que todo -absolutamente todo- sea un “bien de consumo”. 

El “Recetario de Lavín” no responde a un capricho culinario ni a un menú al “alcance de todos”; este “recetario” es señalar eufemísticamente, para que no suene “brutal”, que realmente el pobre debe aceptar, agachar la cabeza, y reconocer que en un país donde existe un “pleno empleo” y donde la economía crece “por sobre las expectativas”, él no tiene lugar ni espacio para ser parte de la celebración, sencillamente no gana nada. No tendrá mejoras en salud, ni en educación, ni en ingresos, como tampoco a la hora de comer. Lisa y llanamente él no cuenta en la medida en que no pueda consumir aquello que son – en esencia- “derechos”.

Es por ello que puede sentirse feliz por Chile, por su economía y su “desarrollo”, pero siempre “a lo lejos”, una sonrisa lejana que lo hace partícipe de Chile pero sin ser parte del “crecimiento de Chile”. Charquicán digno y feliz para cada uno de los que les guste el charquicán y que pueda pagarlo, charquicán “sin carne” para el pobre y el que no pueda pagarlo. Lo siento, no todos tenemos la misma dignidad como “ciudadanos” en este país en constante crecimiento, algunos tendrán que conformarse con su “ciudadanía” “de segunda”, con su salud “de segunda”, con su educación “de segunda”, con su seguridad “de segunda”, con su previsión “de segunda”. Celebremos todo esto con unos ricos “porotos sin riendas” que es “casi igual” que el que comen en aquellos lugares que sí forman parte de Chile, pero “sin riendas”, un plato digno en cualquier mesa de Chile pero “sin riendas”, que no es otra cosa que decir, que alterado algo en su “esencia” sigue siendo lo mismo. Que gran error, pero compartido en educación, seguridad, salud, medioambiente, etc. Derechos de segunda para algunos, pero “si usted puede pagar...”

La dignidad a la hora del almuerzo no depende de la concepción de “ser humano”, depende de la capacidad económica del consumidor, del ciudadano. No todos tienen “derecho” a ser parte del Chile feliz, no todos tienen derecho a un “charquicán con carne”, algunos sencillamente no forman parte del Chile que nos quieren mostrar... a ellos va el recetario, a los que no forman parte del Chile que quieren dibujar; ese país donde la compra de derechos garantiza la existencia de “esos derechos”; derechos comprados, consumo.

Lo siento, sigan teniendo pésima atención de salud, sigan respirando el hedor de vertederos, sigan comiendo un rico plato que debe tener carne... pero que no la tiene; esa es la conclusión del “Recetario”. Volver “digno” aquello que no lo es, o que para el resto de Chile no tiene dignidad alguna, pero que poco importa ahí donde el “ciudadano” sólo lo es en sus derechos mermados y su capacidad de “consumo” limitada. Ciudadano que no consume no ayuda a la ciudadanía, no consume derechos, los exige... y eso no ayuda en nada a la economía.

La carne es muy “cara” para ustedes, al igual que la educación. ¿Quiere educación sin calidad? ¿Quiere charquicán sin carne? Ahí lo tiene al alcance de todos. ¿Quiere carne en su charquicán y calidad en su educación? Pague... sino confórmese con el “sucedáneo”, esa ciudadanía omitida por el Chile que nos quieren pintar. 

miércoles, 10 de julio de 2013

Frente a la Irresponsabilidad de la TV todos somos responsables.

Quiero comenzar haciendo una reflexión que nos permita el comprender que el hombre en su racionalidad no puede omitir, y es que la irresponsabilidad del hombre frente a lo que sucede lo lleva a la total y absoluta falta de responsabilidad con respecto a sí mismo y los otros. Por ende la libertad como omisión, como no participación -como silencio- puede llegar a ser una alternativa, pero una alternativa que nos hace irresponsables frente a lo que nos sucede, nos vuelve animales irracionales cuyos actos carecen de total y absoluta repercusión conciente. Irresponsabilidad e inconciencia frente a lo que sucede, así parece ser la libertad que hemos elegido.
Me hago no participe de los actos que suceden, actuando en ellos, pero –apelando a mi libertad- no me hago participe de lo que “va a suceder” con aquel acto. Como si ante el incendio en la casa del vecino cerráramos los ojos y oídos para no ver las llamas ni escuchar los gritos de desesperación, así parecemos actuar. La respuesta de la irresponsabilidad es bastante simple: yo no tengo nada que ver con el incendio, yo no puedo hacer nada contra el incendio, o, lo que haga o deje de hacer no cambiará en nada los efectos del incendio. A eso llamamos libertad, y la consideramos un logro, pero es una libertad irresponsable, es una libertad que –en último termino- apela a que nadie es responsable con respecto a lo que formamos entre todos. El incendio de la casa del vecino no es mi responsabilidad por que no inicié el fuego –pero sí soy responsable con respecto a que, teniendo la oportunidad de hacer algo frente a aquello que “hace daño”- no hago nada, apelando a mi libertad o mi falta de responsabilidad en el acto mismo del incendio. Frente al morbo de la televisión –de transmitir el vivo y en directo como le comunican a un padre que su hijo ha sido encontrado muerto- no puede existir como respuesta “responsable” el apagar el televisor. Eso es simplemente omitir, sencillamente no hacernos responsable de lo que hacen los canales de televisión dentro la sociedad de la cual formamos parte. Convierte  la televisión en un medio que puede ir más allá del bien y del mal y que- apelando al rating o la libertad- pueden pasar a llevar cualquier piso moral bajo el cual podemos convivir.
Yo no quiero ser responsable del daño que puede sufrir mi familia, pero eso implica – a la vez- el comprender que tampoco quiero que otras familias sufran daño, y reconociendo que lo que sucede en las familias forma parte de lo que construimos entre todos –sociedad o comunidad- no nos podemos mantener al margen sin destruir aquello que formamos.
El problema no es “el mal”, el problema es sentirnos irresponsables con respecto a ese mal, no ser responsables de poder cambiar el mal hacia el bien, o creer que somos impotentes frente a lo que sucede frente a nuestros ojos. En un mundo gobernado por la irresponsabilidad y la total carencia de efectos futuros de nuestros actos el único punto en común que podemos tener es apelar a la libertad de que todo lo que hacemos o dejemos de hacer escapa a cada uno de nosotros. No hay posibilidad alguna de crear consensos, discusiones o soluciones conjuntas, sólo hay actos que existen o no existen y que frente al rechazo de estos podemos omitirlos o ignorarlos, hacer como que estos jamás han existido. Si le gusta vea la televisión, sino le gusta apáguela. Si cree que la crisis medioambiental no existe no se informe, así esa crisis dejará de existir y el medioambiente dejará de ser un problema, al menos para usted –ignorando-. Sí la televisión se ha convertido en un espectáculo morboso y cree que la solución es apagar la televisión entonces esta se convierte en un medio carente de responsabilidad y –por lo tanto- sin la capacidad para poder determinar –como piso mínimo- algún tipo de moralidad mínima. Determinados por el consumo –apagar o no la televisión- la información que nos ofrecen -vaciados de elementos morales- no se diferenciaría en nada entre escoger entre un lápiz negro o azul, meros gustos a gusto del consumidor que en nada afectan, que no tienen responsabilidad alguna en la construcción de la realidad. Si frente a las acciones que tienen lugar en la sociedad nosotros no tenemos responsabilidad alguna entonces tenemos dos alternativas; la sociedad no existe y sólo existen los individuos; o ésta no es nada más que una imposición abstracta y carente de todo sentido que actúa sobre nosotros sin que podamos hacer nada. La primera nos lleva a un individualismo radicalizado donde cada uno de nuestros derechos están garantizados como libertades de consumo –basados en oferta y demanda-, la segunda de las alternativas nos lleva a una sociedad carente de un tejido social en el cual descansar y, por lo tanto, en la que ninguno de nosotros –individualmente- tiene responsabilidad alguna sobre la existencia de las peores bestialidades dentro del conjunto humano ya que “escapan a mi como individuo”.  La responsabilidad se nos presenta como un deber. Un deber para con la humanidad futura en cuanto a su existencia y esencia.
Apagar la televisión no es alternativa, como tampoco puede ser el silencio frente al mal a nuestros ojos: la ignorancia y la omisión; una cobardía. Hans Jonas señaló “responsabilidad es el cuidado, reconocido como deber, por otro ser, cuidado que, dada la amenaza de su vulnerabilidad, se convierte en preocupación”. La existencia de tal o cual sociedad es responsabilidad de todos, no el derecho de algunos como imposición de libertades individuales sin ningún tipo de reconocimiento de los efectos de cada uno de nuestros actos en “el otro”. Una televisión irresponsable es tan moralmente reprochable como creer que dejando el gas abierto no seré responsable de lo que ocurra posteriormente ... no sabía lo que iba a ocurrir después, no se nada de las leyes químicas que originan el fuego. No somos responsables de nada, ignoramos todos y cada uno de los efectos de nuestros actos. Es la misma respuesta que dieron millones de alemanes antes la bestialidad de Auschwitz ... “no somos responsables por que no podíamos hacer nada, no somos responsables por que no sabíamos lo que sucedía”.