miércoles, 13 de junio de 2012

La Nación; proyecto de vida en común en Ortega y Gasset




En la obra de Ortega la idea de nación no aparece como un término estático y definitivo, sino más bien como un concepto dinámico y provisional. Y es que de la misma manera que no hay una teoría del Estado explicita en la obra orteguiana, tampoco la hay con respecto a la idea de nación y se referirá a esta problemática dentro de su acepción cultural, y otras veces desde su perspectiva política.

En el pensamiento de Ortega el sentido de la Nación, en referencia a los pueblos europeos, tiene un significado de “unidad de convivencia” diferente a lo que normalmente entendemos por “pueblo”, ya que este último es considerado por nuestro autor como una “colectividad” que se constituye por un repertorio de usos que el azar o las vicisitudes de la historia, de su propia historia, han creado pero carentes de proyección hacia adelante, sino proyectada siempre hacia un pasado. En cambio, la Nación tiene un carácter histórico, como toda vida humana y toda construcción de “estas vidas humanas”, así el hombre construye desde su realidad radical su propia historia y, a la vez, una naturaleza en conjunto que es la historia misma de este conjunto humano. Es así, como toda producción humana, que la Nación tiene, y debe tener, un carácter propiamente histórico que mira el futuro oponiéndose a la idea de Pueblo -o ciudad como veremos más adelante- que vive sin proyecto futuro más que su propio pasado y presente; sin jamás traspasar esa dualidad que la estanca y la detiene frente a la “sustancia” misma de la Historia; el cambio.

La nación es insustancial, no tiene una sustancia más que su carácter provisional y variable, por que como el hombre mismo su construcción carece de sustancialidad: “a la Nación la hace la historia, por eso es de tanta suculencia”[1].

La Nación surgirá con la Modernidad como una forma histórica de la convivencia humana, así como antes en la historia se convivía bajo formas de  Ciudad-Estado o Imperio. Pero si la constitución de estas ciudades, o incluso imperios, tenía como acto de existencia acuerdos o pactos debemos de comprender, junto con Ortega, que la constitución de la Nación es un acto previo y superior a la voluntad de constituyente de sus miembros. La Nación no puede ser fundada, tan sólo “se nace en ella”: “La Nación tiene un origen vegetativo, espontáneo y como sonámbulo: se engendra por proliferación, como una polípera, más acrecencias aluviales, como las conquistas o las anexiones por causas dinásticas, que sólo se incorporan con efectividad social al núcleo inicial después de largo tiempo y también, por tanto, en forma de injerto vegetativo, de paulatina e indeliberada homogeneización. La Polís, en cambio, surge de una deliberada voluntad para un fin. Tiene un carácter formal de instrumento para ... Su origen, pues, es un telos. Este informa, anima y es la Polis, y como todo lo que es telos lleva en sí, viva y operante, la aspiración a la teleíosis –a la perfección-. Pero esta perfección no es sentida como la esperanza de un desarrollo futuro, sino como una calidad presente[2]”.

La “Polis” vive atada a su propio presente, como una construcción humana sin razón de ser más que responder a su propio pasado-presente  - a su telos, como nos señala Ortega- que la ata una y otra vez a un presente a-histórico, incapaz de ver más allá de su propio fin determinado de antemano. Como si viviera siempre atada a un presente que se niega a avanzar, la Polis frena el avance mismo de la Historia, tanto en el plano de los individuos como de la colectividad. La Nación, en cambio, posee no sólo la dimensión de su existencia presente, y de un pasado que construye y moldea este presente, sino por sobre todo una dimensión de futuro que se concreta por medio de “un proyecto de vida en común”.

A partir de lo que nos señala Ortega en la cita anterior es que podemos comprender el rasgo definitivo para diferenciar una Nación de una Ciudad, Polis o Imperio; y es que sólo en la primera está presente la “tradición” y el “porvenir” como una constante que nos permite comprender la frase “en la Nación se nace”. No es simplemente la conjugación de factores lo que constituye la existencia de una Nación –como lo podrían señalar las definiciones tradicionales que nos remiten a razas, historia, costumbres o valores -, sino que lo que realmente es característico de la construcción nacional es la existencia de un proyecto sugestivo de vida en común que, sin ser teleológico, es dinámico a la vez que en constante cambio: “No es la comunidad anterior pretérita tradicional o inmemorial –en suma: fatal e irreformable – la que proporciona titulo para la convivencia política, sino la comunidad futura en el efectivo hacer”[3]


La Superación de la Inercia hacia el Pasado; el Reto de la Nación


Para Ortega la Nación supera la concepción de pueblo –como ya lo hemos señalado- ya que el primero significa una unidad de convivencia distinta de lo que entendemos por pueblo. Un “pueblo es una colectividad constituida por un repertorio de usos tradicionales que el azar o las vicisitudes de la historia ha creado. El pueblo vive inercialmente de su pasado y nada más.[4]”. Y no es que Ortega nos quiera decir que el “pueblo” se oponga a la “nación”, es más, el pueblo convive dentro de la nación pero esta última añade a “los usos tradicionales inerciales” y “mecánicos” de un pueblo la aspiración de ser “la manera más perfecta de ser hombre, y por tanto, bien fundada y proyectada sobre el porvenir”[5]. Al respecto nuestro autor nos dice: “(...) la pretensión de representar la mejor figura de humanidad mantuvo en forma a los pueblos de Europa e hizo que su convivencia tuviese durante siglos el maravilloso y fertilísimo carácter de una grandiosa emulación de una lucha agonal en que se incitaban los unos a los otros hacia mayor perfección. Por esto nos hace ver que la idea de Nación, a diferencia de los pueblos que no son sino pueblos, implica, ante todo ser un programa de vida hacia el futuro”[6]. En la presente cita Ortega nos señala no sólo la diferencia entre un “pueblo” y una “nación”, sino que también nos presenta lo que a su juicio representaba una “crisis” en la Europa de su tiempo y la necesidad “continental” y “nacional” de proyectarse más allá de su mero presente, ya que; “las naciones de Europa se quedaron íntimamente sin porvenir, sin proyectos de futuro, sin aspiraciones creadoras”[7].

Sin porvenir no existe nación, ya que esta responde a un proyecto de futuro constante como la vida humana misma que debe proyectarse siempre hacia el futuro. Si cada uno de nosotros es primero y ante todo porvenir, la nación, como proyecto de vida humana también debe serlo. La existencia de un pasado y de un presente siempre tiene en vista la existencia de un futuro, pro no “cualquier futuro” sino que uno que se construye “por y para el hombre”. Y, como señala Ortega, “el hombre es ante todo porvenir”, y un hombre sin porvenir se desmoraliza al igual que una nación. Sin la existencia de porvenir el hombre no avanza, es como si, frente a la inexistencia de un futuro, nos “sentáramos” a ver como “todo pasa” pero sin que nosotros seamos realmente “actores de aquello que pasa” (la Historia misma). Por ello sin porvenir se produce un freno, o incluso una involución, en el proyecto del hombre mismo y, en la nación, como creación humana, sucederá lo mismo; “La idea de Nación, que había sido hasta ahora una espuela se convierte en un freno. Incapaz de ofrecer a cada pueblo un programa de vida futura los paraliza y encierra dentro de sí mismos”[8].

Sin la creencia en si misma como proyecto, como empresa a futuro, que debe ser la Nación, esta se vuelve hacia el pasado para reafirmar su presente y justificar su precaria, a la vez que débil existencia. Pero no hay esa empresa a futuro a la cual adherir, y sin ella no hay porvenir y no se avanza superando los estados de naturaleza anteriores que no son más que el pasado histórico. Sin proyecto la Nación se vuelve anacrónica con respecto a su realidad Moderna, y carente de proyecto no duda sobre si misma y vuelve atrás: “La civilización europea duda a fondo de si misma. ¡Enhorabuena que sea así!. Yo no recuerdo que ninguna civilización haya muerto de un ataque de duda. Creo recordar más bien que las civilizaciones han solido morir  por una petrificación de su fe tradicional, por una arteriosclerosis de sus creencias[9]”.  El hombre avanza desde la duda, al igual que las naciones y civilizaciones, con la certeza de un mañana, de un proyecto o empresa, que es urgente construir constantemente. Y es que ante la certeza de un mañana que vendrá, y ante la duda, como forma de “afrontar ese tiempo futuro”, el hombre, al igual que las naciones, se proyecta encontrando “(...) el elemento creador y el estrato más profundo y sustancial”[10]. De manera metafórica, pero con una claridad sorprendente, nos señala nuestro autor con respecto a la “duda”, y su función en la naturaleza del hombre y las naciones: “Pero esta sensación de naufragio es el gran estimulante del hombre. Al sentir que se sumerge reaccionan sus más profundas energías, sus brazos se agitan para ascender a la superficie. El naufrago se convierte en nadador, la situación negativa se convierte en positiva. Todo ha nacido o ha renacido como un movimiento natatorio de salvación. Este combate secreto de cada hombre con sus intimas dudas allá en el recinto solitario de su alma da un precipitado: este precipitado es la nueva fe de que va a vivir una nueva época”[11].



Las Ruinas, la Razón Histórica y la Nación


La existencia de un mañana nos permite avanzar por sobre las “ruinas” del pasado. La inexistencia de aquel futuro como porvenir es lo que detiene a las naciones de su misión, y las vuelve hacia aquel  nacionalismo hacia adentro propio de aquellos hombres pequeños que nos señala Ortega. Hombres pequeños que en su convivencia conjunta no pueden escapar al pasado y se aferran a el de manera mecánica e irreflexiva, como si su identidad nacional –o supuesta identidad nacional- sea sólo “bailar al ritmo de otro tambor”: “¡Ese baila con otro tambor! No es sino concentrar en una palabra abreviadamente y, por tanto, con deliberada exageración, decir que un pueblo consiste en puras manías acumuladas por el azar, que las mismas podrían ser otras cualquiera”[12].  Y la nación es superior a ese vivir de manera inercial el presente para “añadir formas de vida que, si bien articuladas con las tradicionales, pretender representar una manera de ser hombre en el sentido más elevado (...) bien fundada y proyectada sobre el porvenir”[13]. La nación surgirá en la modernidad superando las formas de convivencia humana anteriores y - es por que ello que Ortega nos señalará que la misma idea de que las naciones apelen a su “folklore” o a las reminiscencias del pasado para “encontrar su nación”- no es otra cosa más que volver a recoger las ruinas como si estas nos pudiesen dibujar un porvenir que no es tal. Por que las ruinas son eso; ruinas, y estas forman parte del pasado, no de nuestro porvenir. “Las ruinas, pues forman parte de la intima economía de la historia. Las ruinas son ciertamente terribles para los arruinados, pero más terrible sería que la historia no fuera capaz de ruinas. Sentimos como una pesadilla la imaginación de que todas las construcciones del pretérito se hubiesen conservado. No tendríamos lugar donde poner nuestros pies”[14]. De la misma forma como las generaciones avanzan unas sobre otras dejando atrás acumulativamente a antiguas formas, para “rejuvenecerse a si misma”, el cambio constante, la mutación, es la esencia cambiante de la historia. “Para comprender algo humano, personal o colectivo, es preciso contar una historia. Este hombre, esta nación hace tal cosa y es así porque antes hizo otra y fue de tal otro modo. La vida sólo se vuelve transparente ante la razón histórica”[15].

La relación entre la formación compleja de las relaciones societales y su evolución encuentra en el pensamiento de Ortega su razon de ser por medio de la existencia de la razón histórica. Es por medio de esta última que la operación de “mirar hacia futuro como proyecto” se encuentra presente en las naciones, e imposible de encontrar en la Ciudad, Imperio o Pueblo. Nuestro autor nos dice: “El nombre nación es sobremanera feliz porque insinúa desde luego que ella es algo previo a toda voluntad constituyente de sus miembros. Está ahí antes e independiente de nosotros sus individuos. Es algo en que nacemos, no es algo que fundamos”[16]. La nación es una empresa colectiva, e histórica, que mira hacia el futuro trazando un porvenir, no se funda ni mira constantemente al pasado –como la polis griega – sino que su legitimidad es una constante más allá de ese presente en el cual nos situamos. La nación es observar, desde el presente y sobre las ruinas de nuestro pasado, aquello que podemos abrazar como un porvenir, y cuanto con mayor conocimiento acomodamos esas desgastadas y ya obsoletas ruinas, mejor podremos observar, desde las alturas de estas, aquello que será como proyecto deseable. Empresa, proyecto, quehacer, conceptos que revelan la naturaleza dinámica de ambas realidades: vida humana individual—la de cada uno de nosotros—y nación. 

La nación no vive de nuestras voluntades, no consiste en ellas, sino que existe como una realidad natural[17]. Y es que la Nación es una “realidad” que escapa a la ficción de constituir a la fuerza el grupo humano, y su telos estático, como si este pudiera ser traducido por medio de su pasado fundacional; la nación es un producto de la historia y su evolución en la conformación de aquellos pueblos que, conteniendo todos los elementos constituyentes de un “pueblo” comparte un porvenir que hace de nosotros “compatriotas” y no meros “con-ciudadanos”, como sucedería, a juicio de Ortega, en las antiguas Ciudades-Estado o Estados territoriales premodernos. A propósito de esta comparación de “naturaleza histórica”; “La nación es en este sentido un fenómeno menos puramente humano que la Polis si consideramos como lo más humano al comportamiento lucidamente consciente. Claro que, por lo mismo, es más real, más firme, menos contingente y aleatorio. Todo lo que es plenamente consciente es –ni que decir tiene- más claro, más perspicuo y traslucido que lo inconsciente, pero, a la vez, más etéreo y expuesto a súbita volatización”[18].  La Polis es una construcción humana y fundada bajo circunstancias y azares determinados, la Nación, en cambio, traspasa el mero acto fundacional –y su telos- para aceptar el “peligro” de buscar siempre proyectarse sobre si misma como si estuviera en constante construcción y suspenso. A la nación “no la hacemos, ella nos hace, nos constituye, nos da nuestra radicalidad sustancia”[19]. Es por ello que la pobreza de contenidos que presenta una Ciudad es que está hecha por y para determinados individuos, a diferencia de la nación que esta hecha “por la historia”. La Ciudad –como los Imperios o los “simples” Estados premodernos – son el producto de un momento; de un momento fundacional que busca perpetuarse en el tiempo contra la naturaleza misma de los hombres y su condición histórica, que es, por el contrario, la sustancia misma de la Nación; su condición y naturaleza histórica: “Se nace en la nación y los individuos no la hacen un buen día, pero el caso es que, por otro lado, no hay nación si además de nacer en ella no se preocupan de ella y la van, día por día, haciendo y perhaciendo”[20].



[1] Ortega y Gasset, José. De Europa Meditatio Quaedam. Pág.77. En: Europa y La Idea de Nación. Ortega y Gasset, José. Alianza Editorial. Madrid. 1985.
[2] IBIDEM. Pág.61.
[3] OPCIT. Ortega y Gasset, José. La Rebelión de las Masas. S.D
[4] Ortega y Gasset, José. De Nación a Provincia de Europa. Pág.15. En; OPCIT. Europa y la Idea de Nación.
[5] IBIDEM. Pág. 16
[6] IBIDEM. Pág. 17.
[7] IDEM.
[8] IBIDEM. Pág. 18. Al respecto Ortega señalará, posteriormente, en el mismo texto; “Los periódicos se ocupan principalmente en conmemorar las glorias caseras, en hablar de sus pequeños hombres, como nunca habían hecho hasta ahora. Al mismo tiempo se cultiva el folklore monumentalizándolo de una manera grotesca”.
[9] OPCIT. De Europa Maditatio Quaedam. Pág.36.
[10] IDEM.
[11] IBIDEM. Pág. 37.
[12] OPCIT. Ortega y Gasset, José. De Nación a Provincia de Europa. Pág 16.
[13] IDEM
[14] OPCIT. De Europa Meditatio Quaedam . Págs 38-39.
[15] OPCIT. La Rebelión de las Masas.
[16] OPCIT. De Europa Meditatio Quaedam. Pág. 62.
[17] IBIDEM. Pág. 28
[18] IDEM.
[19] IDEM.
[20] IBIDEM. Pág. 77