lunes, 7 de noviembre de 2011

Foucault; Hacia una Nueva Epistemología del Discurso






En el año 1970 Michel Foucault es invitado a impartir la clase inaugural en el College de France. En aquella clase magistral, publicada posteriormente bajo el título de “El Orden del Discurso[1]”, Foucault se cuestionará por las condiciones de posibilidad que existen en el discurso dentro de la materialidad de su acontecimiento enunciativo.






En la citada exposición Foucault intentará demostrar que el discurso no es una delgada superficie de contacto, o el enfrentamiento entre una realidad y una lengua, sino que el discurso se erige como un conjunto de reglas que son adecuadas a una práctica y que por medio de éstas se definen el régimen de los objetos. No la existencia de una realidad “per se”.






La propuesta de Foucault para el análisis de los discursos nos lleva hacia una verdadera ruptura respecto de la tradición filosófica y lingüística; no se propone el análisis a partir de la actividad sintética del sujeto, de los significados internos, o a partir de un sujeto portador del conocimiento, la originalidad, la intencionalidad, o la existencia de algún operador psicológico o metafísico. En Foucault los discursos y las prácticas obedecen a reglas no explicitas en su superficie, y que son las que conforman un conjunto de restricciones y posibilidades con arreglo a las cuales los discursos se convierten en enunciados; legitimados o rechazados. Es por ello que es posible el postular una suerte de imperativo discursivo que no opera en el nivel de sus verdades interiores ni de su justificación epistemológica, sino de acuerdo a un conjunto de reglas anónimas que provienen de su misma positividad[2]. En el análisis de esta positividad se constituye uno de los objetos privilegiados de la arqueología foucaultiana. Es necesario agregar que cuanto más se desconocen las reglas que gobiernan los discursos y sus prácticas, más estamos expuestos a ellas, y a servir de vehículo a toda clase de supuestos o pensamientos automáticos, los cuales suelen introducirse con notable facilidad, generando así aquellas dispersiones y discontinuidades que la historia de las ideas recoge como contradicciones y desviaciones. El régimen de dispersión o desviación de los discursos responde a leyes precisas de formación que el autor, más allá de su deliberación, no podrá exhumar ni torcer por fuera de las condiciones de posibilidad material que constituyen los discursos y enunciados como tales.






Sin embargo debemos hacer notar que Foucault introduce el factor de psicologización dentro de la producción del saber; la tradición, el genio, el espíritu, han instaurado un sujeto puro de conocimiento más allá de las condiciones materiales de la enunciación y de cuyo régimen depende toda formación discusiva. Foucault considerará al autor como un operador, un actuador en cuanto crea actos, una superficie de emergencia que pone en juego las reglas de formación discursiva a las que no sólo se está expuesto sino que, a la vez, es su propio resultado. Desaparece el sujeto trascendental irreductible y permanente, apareciendo la subjetividad como resultado y emergente de las prácticas discursivas que lo condicionan.






El a priori, al menos desde el siglo XVI, y según su acepción filosófica más corriente, suele ser aplicado al tipo de conocimiento que se origina dentro del ámbito de la razón y que resulta ser anterior e independiente a la experiencia. Esta anterioridad del conocimiento es de naturaleza lógica y funciona como una suerte de organizador que traduce el conocimiento sensible en el lenguaje articulado de la razón. De esta manera, la carencia de la estructura lógica del lenguaje se traduce en el desconocimiento sobre ella, pues nada que no tenga la estructura lógica del lenguaje puede ser conocido. Y precisamente por ello, dado su anterioridad lógica respecto de cualquier otro conocimiento empírico, el a priori es considerado como una categoría trascendental. Este conocimiento apriorístico pertenece a nuestro aparato de conocimiento, y en su origen, tal como lo señala Kant[3], es independiente de nuestra experiencia sensible y forma parte de ese dominio de supuestos y categorías bajo cuyo arreglo el sujeto cognoscente accede al núcleo de la experiencia.






En el pensamiento de Foucault se produce una inversión introducida en la cuestión del planteamiento apriorístico. Pero es planteada como una inversión y un vaciamiento de manera secuencial. En la inversión se sustituye la norma de derecho, el orden de la justificación, por el régimen de los hechos. De esta manera el a priori no es aquello que justifica y legaliza la experiencia, sino aquello que hace posible la realidad material de los enunciados que pueden determinar su positividad. Se trataría ante todo de una figura empírica.






El a priori concreto lejos de servir a la validación de la experiencia, sirve a las condiciones materiales de existencia de los enunciados, sus transformaciones, sus vecindades, a los principios que permiten su emergencia y desaparición. El segundo aspecto de que debemos señalar sobre la inversion de Foucault, con respecto al problema del a priori, consiste en el vaciamiento: la evacuación del interior de los enunciados a todo sujeto trascendental del conocimiento, es decir, a todo cogito pensante, y en virtud del cual, los enunciados pudieran ser presentados como una síntesis operada por el sujeto. Lo propio de este a priori foucaultiano se refiere a la condición misma de los enunciados, a su modo de existencia y coexistencia, aparición y desaparición, y no a su coherencia y dispersión. De ninguna manera el a priori discurre o toma partido por sus verdades interiores, certeza o adecuación, sino que analiza las leyes de su funcionamiento, su proceso discursivo, su capacidad para hacer aparecer nuevo enunciados haciendo un desplazamiento de los anteriores.






Diferenciándose tajantemente de los filósofos trascendentales, el a priori foucaultiano se encuentra orientado hacia la historicidad y no a un principio fundador que organiza y legitima la experiencia a partir de un conjunto de verdades establecidas, sino que consiste en un conjunto en permanente transformación. Más que un conjunto deberíamos señalar que es un tejido (epísteme, positividades, discursos, archivos), un entramado de objetos que se entrelazan y se entrecruzan para formar y asumir una figura determinada en la epísteme, y gracias a la cual quedan definidas para una época determinada. Estas positividades responden a ciertas modalidades de disposición y ordenamiento que Foucault denominó como archivo, y que rige el conjunto de discursos efectivamente pronunciados y de enunciados efectivamente dichos como acontecimientos singulares.






El a priori histórico es un sistema (epísteme[4], positividades, archivo) compuesto a su vez por un sub-sistema (discursos, enunciados, objetos discursivos) que posee su propia estructura y su propia función consistente en la delimitación de un campo de saber posible, los mecanismos reguladores del comportamiento de los objetos, su dispersión, su simultaneidad. Este sistema tiene su propia autonomía y en su interior no reside sujeto alguno que sea capaz de orientar su finalidad o dirección hacia un lugar determinado. Es por ello que el a priori histórico no analiza autores ni pensadores, quienes, no obstante operar en su interior, constituyen puntos de emergencia antes que lugares de síntesis o de orientación. El a priori histórico se vale de unidades, de conjuntos, de series, de relaciones, de secuencias, y lo que pone en juego es el conjunto de las dispersiones, desapariciones y emergencias, conforme a ciertas condiciones de formación y de transformación.






A la par con lo señalado, el a priori histórico, con sus sistemas y subsistemas, se encuentra atravesado y expuesto a toda clase de transformaciones, convulsiones, interrupciones, quiebres, que suscitan por su parte la formación de nuevas configuraciones, a veces de modos repentinos e insospechados en su brusquedad. De esta manera una episteme puede verse convulsionada fuertemente por la emergencia de una nueva episteme que aparecerá de manera incipiente; no ocurriendo esto por las transformaciones de la inoperancia o la incapacidad de la anterior sino por las transformaciones ocultas, subterráneas y anónimas, como resultado del incremento de un saber o de determinadas técnicas sobre una zona, la cual es señalada por Foucault como regiones epistemológicas[5]. Así, un descubrimiento, un avance tecnológico, la creación de un paradigma, el cambio drástico en un campo perceptivo o en la episteme de una época, logran hacer tambalear y erosionar los bien fundados pilares de un saber, ya codificado y construido bajo el alero de un saber riguroso. Este a priori histórico subvierte la noción de continuidad histórica haciendo interrumpir el mito de aquella continuidad histórica teleológica de un progreso creciente y constante.






Debemos señalar que el a priori histórico es uno de los conceptos centrales del pensamiento de Foucault. Este concepto es introducido tempranamente desde su obra “Enfermedad Mental y Personalidad”[6] constituyendo la primera base conceptual sobre la cual construirá su investigación sobre el nacimiento de la clínica[7]. Para Foucault el a priori histórico desempeña el papel esencial en el conjunto de los estratos empírico históricos (positividad) de una época determinada. Es la creación de una artificialidad de carácter retrospectivo que permite organizar y hacer posible el campo del saber.






Pero el a priori histórico nos remite, a su vez, a un conjunto de nociones a las cuales se asocia; entre ellas, la noción de positividad, episteme y archivo. En definitiva lo que nos señala Foucault es que el a priori histórico consistiría en un conjunto de reglas que caracterizan a una práctica discursiva más allá de cualquier racionalidad y de cualquier sujeto de la enunciación, y que son organizadas conforme a ciertas reglas inmanentes; al discurso mismo.


[1] FOUCAULT, Michel. (1970) El Orden del Discurso. Tusquets. Barcelona, 1980.
[2] Por positividad entiende Foucault al sustrato histórico- empírico de los discursos, designa al conjunto de condiciones materiales que hacen posible la existencia de los discursos en tanto prácticas especificas. Un discurso posee siempre una “positividad”, es decir, unas condiciones materiales de enunciación que van más allá de sus reglas lexicales o lógicas, ya que implican el modo de su existencia, transmisión, reglas de enunciabilidad, aparición y desaparición.
[3] KANT, Imanuel. (1781) Crítica de la Razón Pura. Editorial Folio. Buenos Aires, Argentina. 2003.
[4] Por episteme Foucault entiende al conjunto de relaciones que pueden unir en una época determinada las prácticas discursivas que originan ciertas figuras epistemológicas. La episteme no constituye un conocimiento ni una forma de racionalidad, ni se orienta a construir un sistema de postulados y axiomas, sino que se propone recorrer un campo ilimitado de relaciones, recurrencias, continuidades, discontinuidades.
[5] El concepto de regiones epistemológicas es utilizado por Foucault para señalar el área o campo de acumulación y depositación de saberes específicos en el suelo común de una episteme, que posee en un cierto grado de diferenciación. La “región epistemológica” se localiza siempre en el interior de un “campo epistemológico” y se circunscribe a un área más restringida, cuyas leyes de funcionamiento y organización son extraídas del mismo campo epistemológico al cual pertenecen. La discusión sobre la validez de las ciencias humanas y sobre sus posibilidades de formalización, cuantificación, criterios de verificación, etc., muestran que el acceso al objeto de estudio es problemático, diverso, y que el régimen de positividad de las ciencias humanas se apoya sobre la transferencia de “modelos exteriores” que le confieren un medio o un instrumento de inteligibilidad procedente de las ciencias ya constituidas (economía, biología, matemáticas, etc.). Foucault señala que esta precariedad es constitutiva de las ciencias humanas. FOUCAULT, Michel.(1969) La Arqueología del Saber. Siglo XXI Editores. Buenos Aires, 2004.
[6] FOUCAULT, Michel. (1961) Enfermedad Mental y Personalidad. Siglo XXI Editores. Buenos Aires 2001.
[7] FOUCAULT, Michel. (1966) El Nacimiento de la Clínica. Ediciones Siglo XXI. Buenos Aires, 2003.

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