En los saqueos, en la violencia, en esa agresividad animal e instintiva que explotó a lo largo de todas las ciudades de Chile que ya habían sido golpeadas por el terremoto, vimos como literalmente; el mundo se nos venía abajo, ese mundo idealizado y también, obviamente, ese mundo “concreto” que habíamos construido y del cual sentíamos tanto orgullo. De un momento a otro el enemigo “terremoto” pasó a ser la chispa que detonó la fuerza oscura y olvidada de la lucha que se vivía, desde hace mucho tiempo, en nuestra sociedad de manera silenciosa y fácilmente omitida; sólo rescatada, de vez en cuando, por académicos estudios sociológicos que nadie leerá.
El discurso pronunciado “una y otra vez” en contra de los “marginados” del sistema obligó a estos a buscar identidad al ritmo de los tambores de la omisión. Se repitió, una y otra vez, que los marginados no son más que aquellos que eligieron esa posición a pesar de las enormes oportunidades que el sistema actual les ha dado. Se creó una identidad formada por, extrañamente, “no ser parte” de ese enorme abanico de oportunidades. Una violencia que los escupió en la cara y que los marcó como leprosos dentro de la era de la globalización y el liberalismo.
El discurso pronunciado “una y otra vez” en contra de los “marginados” del sistema obligó a estos a buscar identidad al ritmo de los tambores de la omisión. Se repitió, una y otra vez, que los marginados no son más que aquellos que eligieron esa posición a pesar de las enormes oportunidades que el sistema actual les ha dado. Se creó una identidad formada por, extrañamente, “no ser parte” de ese enorme abanico de oportunidades. Una violencia que los escupió en la cara y que los marcó como leprosos dentro de la era de la globalización y el liberalismo.
El marginado, el delincuente, la prostituta, el drogadicto, el alcoholico, el desempleado, la mano de obra no calificada, la madre soltera, el que no tiene un “mínimo” de educación ... todos aquellos formaron un Chile que se nos olvidó o que creímos olvidado cuando formamos este nuevo Chile “a punto de ser desarrollado”. Pero aquellos que no tienen espacio dentro de este nuevo orden existente se hicieron visibles de manera brutal cuando ese orden desapareció; y no fue en la calle oscura, ni en el silencio de una carretera, tampoco en el olvido de un sitio eriazo: fue en nuestro propio territorio santificado bajo la premisa del orden cuando el terremoto no pudo mantener en pié la división entre normalidad y marginalidad. Producto del terremoto salieron “oscuras figuras” que vieron en nosotros a un desigual, no a un otro, sino a aquellos que los han golpeado y humillado, pero que ahora no tienen como defenderse. Un otro que los ha golpeado fuertemente con la omisión y la indiferencia, era su turno de poder vengarse sin piedad alguna contra aquellos que nunca los han tratado como iguales ... qué moral pretendíamos cuando nosotros los hemos considerado una y otra vez como anormales, inmorales, delincuentes, flojos, rascas, putos, parásitos, zánganos, etc. Por un momento se invirtieron los papeles y nos sentimos sobrepasados por el desorden; como en una pesadilla hobbesiana pudimos observar como la moral y la ley están inscritas en el hombre por la espada: la violencia como la única fuerza capaz de dar unidad a esos valores pretendidamente universales y compartidos por todos los chilenos.
Por televisión pudimos ver como existen “otros chilenos” que no son igual a nosotros; y el problema es que también ellos nos consideran diferentes... y también son chilenos. En un par de semanas más los olvidaremos ... podemos dormir tranquilos.