El marxismo es una teoría de la historia que, a la vez, pretende ofrecer una historia de la teoría. Desde el principio, en sus estatutos, se inscribió un marxismo del marxismo: Marx y Engels definieron las condiciones de sus descubrimientos intelectuales como la aparición de determinadas contradicciones de clase de la sociedad capitalista; no simplemente como un “estado ideal de cosas”, sino como algo originado por el “movimiento real de las cosas”. Así, el marxismo, como teoría crítica que aspira a proporcionar una inteligibilidad reflexiva de su propio desarrollo, otorga prioridad, en principio, a las explicaciones extrínsecas de sus éxitos, fracasos o estancamientos.
La tradición clásica del marxismo se formó a partir de Marx y Engels, fundadores del materialismo histórico, y de la generación que los sucedió, tanto desde el punto de vista cronológico, como de la producción intelectual. Los miembros de la generación posterior a Marx y Engels –Labriola, Mehring, Kautsky, Plejánov–, provenientes de regiones orientales y meridionales de Europa, estuvieron íntimamente vinculados a la vida política e ideológica de los partidos obreros de sus países, y su obra fue una especie de continuación de los trabajos de Engels, que buscaban sistematizar el marxismo histórico como teoría general del hombre y la naturaleza para dar al movimiento obrero una visión amplia y coherente del mundo que había que transformar. La siguiente generación, más numerosa que la anterior, llegó a su madurez en un ambiente más tenso que sus predecesores, y confirmó un cambio que comenzaba a percibirse: el desplazamiento del eje geográfico de la cultura marxista clásica hacia Europa oriental y central.
La tradición clásica del marxismo se formó a partir de Marx y Engels, fundadores del materialismo histórico, y de la generación que los sucedió, tanto desde el punto de vista cronológico, como de la producción intelectual. Los miembros de la generación posterior a Marx y Engels –Labriola, Mehring, Kautsky, Plejánov–, provenientes de regiones orientales y meridionales de Europa, estuvieron íntimamente vinculados a la vida política e ideológica de los partidos obreros de sus países, y su obra fue una especie de continuación de los trabajos de Engels, que buscaban sistematizar el marxismo histórico como teoría general del hombre y la naturaleza para dar al movimiento obrero una visión amplia y coherente del mundo que había que transformar. La siguiente generación, más numerosa que la anterior, llegó a su madurez en un ambiente más tenso que sus predecesores, y confirmó un cambio que comenzaba a percibirse: el desplazamiento del eje geográfico de la cultura marxista clásica hacia Europa oriental y central.
El desarrollo temático del marxismo de esta época se dirigió hacia dos problemáticas centrales: la necesidad de explicaciones y análisis de las evidentes transformaciones del modo de producción capitalista que habían sido desarrolladas por el capital monopolista y el imperialismo1; y el surgimiento de una teoría política marxista basada directamente en la lucha de masas del proletariado, e integrada en la organización de los partidos; la fuerza central de estos desarrollos se vinculaba, sin duda, con las enormes energías revolucionarias de las masas rusas. Si el triunfo de la Revolución Rusa había trasladado el centro de gravedad internacional de la erudición histórica del marxismo a Rusia, la muerte de Lenin, y la consolidación de un estrato burocrático privilegiado, destruyó la unidad revolucionaria entre teoría y práctica que la revolución de octubre había logrado.
En los siguientes 30 años, se produjo un período de prosperidad económica como nunca antes había conocido el capitalismo, junto con la consolidación de sistemas parlamentarios que, por primera vez, tornaron al capitalismo estable en el mundo industrial europeo y americano. En tanto, en los países bajo tutela de la Unión Soviética se produjeron crisis y ajustes después de la muerte de Stalin, pero sin modificaciones fundamentales en su funcionamiento. Fue en este contexto económico en el que la teoría marxista produjo un cambio profundo, dando origen a lo que se ha dado en llamar “marxismo occidental” o, incluso, socialdemocracia. Esta tradición se estructuró a partir de los trabajos de una serie de destacados intelectuales provenientes de las regiones occidentales de Europa: Lukács, Korsch, Gramsci, Benjamin, Marcuse, Horkheimer, Adorno, Della Volpe, Colletti, Lefebvre, Sartre y Althusser.
Una consecuencia adicional fue el desplazamiento gradual de los lugares de producción del discurso marxista de los partidos socialistas y comunistas y de los sindicatos obreros hacia las universidades y los institutos de investigación. El cambio inaugurado con la Escuela de Frankfurt a finales de 1920 y principios de 1930 se transformó en una tendencia dominante en el período de la Guerra Fría. Este cambio de terreno en la institucionalización del marxismo se reflejó en un cambio de enfoque. Los determinantes externos que impulsaron el desplazamiento de los principales focos de la teoría marxista de la economía y la política hacia la filosofía, y su traslado de los partidos a las universidades, se inscribían en la propia historia política del período. Este cambio, sin embargo, se complementaba con otro elemento importante, en este caso interno a la propia teoría: la revelación tardía de los más importantes trabajos tempranos de Marx –en especial los Manuscritos económicos-filosóficos de 1844. A pesar de que fueron publicados por primera vez en 1932, fue en la posguerra cuando se hicieron sentir dentro del marxismo los efectos del descubrimiento de estas obras del pensamiento de Marx.
Se puede resumir, esquemáticamente, el conjunto de características que definen el “marxismo occidental”, de la siguiente manera. Nacido luego del fracaso de las revoluciones proletarias en las zonas avanzadas del capitalismo europeo después de la Revolución Rusa, se desarrolló en una creciente escisión entre teoría y práctica política, que fue ampliada por la burocratización de la URSS. Así, el divorcio estructural entre la teoría y la práctica, inherente a las condiciones políticas de la época, impidió una labor político-intelectual unitaria del tipo que definía al marxismo clásico. El resultado fue el traslado de la producción teórica a las universidades, lejos de la vida del proletariado, y un desplazamiento de la teoría desde la economía y la política a la filosofía; esta especialización fue acompañada por una creciente complejidad en el lenguaje. A su vez, la producción teórica marxista buscó inspiración en los sistemas de pensamiento contemporáneo no marxistas, respecto de los cuales se desarrolló en forma compleja y contradictoria.