Sencillamente me es difícil hacer algún
tipo de introducción a lo que quiero narrar, y en lo posible analizar, para
que, pedagógicamente comprendamos que en todo acto político existe la
“búsqueda” de alterar las conductas, y no sólo las conductas, sino inculcar
elementos de carácter ideológico en “ese acto político”. Así es posible el
darse cuenta que cada “discurso público” es un discurso que busca ideologizar
al “público”, valga la redundancia, explicar y actuar en pos de la defensa de
“tal política”, y así también existe el discurso político más “camuflado”, ese
que quiere decir algo pero por medio del eufemismo, de aquello que no dice, de
aquello que “huele bien”, aunque sabemos que sólo es para esconder el olor a
“podrido” de la omisión y de quienes son lanzados al margen de un proyecto de
país..
No hay que ser un erudito para ver que el
discurso ideológico de la Alianza no puede incluir la existencia de una
educación gratuita –y de calidad- sin entrar en contradicción con sus
concepciones de libertad, ligados a principios liberales radicales, que
convierten a todo como “parte del mercado”. Es así, de una u otra manera,
cuando el presidente Sebastián Piñera inauguraba la sede Duoc San Joaquín -en
el 2011- y señalaba “la educación es un bien de consumo” no estaba diciendo
nada nuevo, sino que estaba desnudando el eufemismo constante bajo el cual se
había camuflado la ideología más brutal bajo la cual ha actuado el concepto de
“libertad” que han tratado de crear en el país; convertir todo en un bien de
consumo sin límite alguno –social, económico o medioambiental-. Todo es cancha
y se puede “jugar” en todas partes, dicen que no es ideología –siendo la
ideología más radical que puede existir- el convertir la ciudadanía en algo que
puede tener grados, grados de consumo de la ciudadanía, la ciudadanía como
consumidor. A mayor capacidad de consumo, mayor son los niveles de educación o
salud a los cuales puedes acceder –que son derechos básicos- y por ende mayores
niveles de “dignidad” o “respeto” social que puedes obtener por acceder a esos
derechos que, obviamente, se convierten en derechos restringidos, pero
universales, es decir “puedes acceder a ellos si tienes la capacidad económica
para pagarlos”. Los derechos son para todos, pero como son parte de los “bienes
de consumo” debes de pagar por ellos. Un concepto de “libertad” basado en
principios económicos no es un concepto neutral, sino que “se debe” a una
concepción donde el hombre es “tal hombre, con tales principios éticos o
morales”, una concepción antropológica se esconde en ella, y en este caso el
“dividir” la “capacidad de ser ciudadano” jerarquizándolo por la capacidad de
“consumo”.
A mayores recursos mayor educación, mejor
salud o un aire “más limpio”, más ciudadanía plena ¿para qué cambiarla?. A
menores recursos una salud colapsada, una educación que crea “mano de obra
barata” y un hedor a podrido por fábricas y vertederos donde los reclamos no
son escuchados ¿para qué ser ciudadano?. Una ciudadanía marcada por la
capacidad de consumo, ciudadanos que son tales en la medida en que son capaces
de “consumir derechos”, y no ser un gasto... los que “son un gasto” deben ir a
los márgenes, a la periferia, a la omisión social, al olvido. Una dignidad de
primera, de consumidores, y una dignidad “de segunda”, de aquellos que pueden o
no quieren “consumir derechos”, sino que los exigen sin entregar beneficios
económicos a un sistema cuyo fin es que todo -absolutamente todo- sea un “bien
de consumo”.
El “Recetario de Lavín” no responde a un
capricho culinario ni a un menú al “alcance de todos”; este “recetario” es
señalar eufemísticamente, para que no suene “brutal”, que realmente el pobre
debe aceptar, agachar la cabeza, y reconocer que en un país donde existe un
“pleno empleo” y donde la economía crece “por sobre las expectativas”, él no
tiene lugar ni espacio para ser parte de la celebración, sencillamente no gana
nada. No tendrá mejoras en salud, ni en educación, ni en ingresos, como tampoco
a la hora de comer. Lisa y llanamente él no cuenta en la medida en que no pueda
consumir aquello que son – en esencia- “derechos”.
Es por ello que puede sentirse feliz por
Chile, por su economía y su “desarrollo”, pero siempre “a lo lejos”, una
sonrisa lejana que lo hace partícipe de Chile pero sin ser parte del
“crecimiento de Chile”. Charquicán digno y feliz para cada uno de los que les
guste el charquicán y que pueda pagarlo, charquicán “sin carne” para el pobre y
el que no pueda pagarlo. Lo siento, no todos tenemos la misma dignidad como
“ciudadanos” en este país en constante crecimiento, algunos tendrán que
conformarse con su “ciudadanía” “de segunda”, con su salud “de segunda”, con su
educación “de segunda”, con su seguridad “de segunda”, con su previsión “de
segunda”. Celebremos todo esto con unos ricos “porotos sin riendas” que es
“casi igual” que el que comen en aquellos lugares que sí forman parte de Chile,
pero “sin riendas”, un plato digno en cualquier mesa de Chile pero “sin
riendas”, que no es otra cosa que decir, que alterado algo en su “esencia”
sigue siendo lo mismo. Que gran error, pero compartido en educación, seguridad,
salud, medioambiente, etc. Derechos de segunda para algunos, pero “si usted
puede pagar...”
La dignidad a la hora del almuerzo no
depende de la concepción de “ser humano”, depende de la capacidad económica del
consumidor, del ciudadano. No todos tienen “derecho” a ser parte del Chile
feliz, no todos tienen derecho a un “charquicán con carne”, algunos
sencillamente no forman parte del Chile que nos quieren mostrar... a ellos va
el recetario, a los que no forman parte del Chile que quieren dibujar; ese país
donde la compra de derechos garantiza la existencia de “esos derechos”;
derechos comprados, consumo.
Lo siento, sigan teniendo pésima atención
de salud, sigan respirando el hedor de vertederos, sigan comiendo un rico plato
que debe tener carne... pero que no la tiene; esa es la conclusión del
“Recetario”. Volver “digno” aquello que no lo es, o que para el resto de Chile
no tiene dignidad alguna, pero que poco importa ahí donde el “ciudadano” sólo
lo es en sus derechos mermados y su capacidad de “consumo” limitada. Ciudadano
que no consume no ayuda a la ciudadanía, no consume derechos, los exige... y
eso no ayuda en nada a la economía.