domingo, 21 de julio de 2013

Chile; El Derecho a la Educación, pero sin Calidad ...



Sencillamente me es difícil hacer algún tipo de introducción a lo que quiero narrar, y en lo posible analizar, para que, pedagógicamente comprendamos que en todo acto político existe la “búsqueda” de alterar las conductas, y no sólo las conductas, sino inculcar elementos de carácter ideológico en “ese acto político”. Así es posible el darse cuenta que cada “discurso público” es un discurso que busca ideologizar al “público”, valga la redundancia, explicar y actuar en pos de la defensa de “tal política”, y así también existe el discurso político más “camuflado”, ese que quiere decir algo pero por medio del eufemismo, de aquello que no dice, de aquello que “huele bien”, aunque sabemos que sólo es para esconder el olor a “podrido” de la omisión y de quienes son lanzados al margen de un proyecto de país..
 
No hay que ser un erudito para ver que el discurso ideológico de la Alianza no puede incluir la existencia de una educación gratuita –y de calidad- sin entrar en contradicción con sus concepciones de libertad, ligados a principios liberales radicales, que convierten a todo como “parte del mercado”. Es así, de una u otra manera, cuando el presidente Sebastián Piñera inauguraba la sede Duoc San Joaquín -en el 2011- y señalaba “la educación es un bien de consumo” no estaba diciendo nada nuevo, sino que estaba desnudando el eufemismo constante bajo el cual se había camuflado la ideología más brutal bajo la cual ha actuado el concepto de “libertad” que han tratado de crear en el país; convertir todo en un bien de consumo sin límite alguno –social, económico o medioambiental-. Todo es cancha y se puede “jugar” en todas partes, dicen que no es ideología –siendo la ideología más radical que puede existir- el convertir la ciudadanía en algo que puede tener grados, grados de consumo de la ciudadanía, la ciudadanía como consumidor. A mayor capacidad de consumo, mayor son los niveles de educación o salud a los cuales puedes acceder –que son derechos básicos- y por ende mayores niveles de “dignidad” o “respeto” social que puedes obtener por acceder a esos derechos que, obviamente, se convierten en derechos restringidos, pero universales, es decir “puedes acceder a ellos si tienes la capacidad económica para pagarlos”. Los derechos son para todos, pero como son parte de los “bienes de consumo” debes de pagar por ellos. Un concepto de “libertad” basado en principios económicos no es un concepto neutral, sino que “se debe” a una concepción donde el hombre es “tal hombre, con tales principios éticos o morales”, una concepción antropológica se esconde en ella, y en este caso el “dividir” la “capacidad de ser ciudadano” jerarquizándolo por la capacidad de “consumo”.

A mayores recursos mayor educación, mejor salud o un aire “más limpio”, más ciudadanía plena ¿para qué cambiarla?. A menores recursos una salud colapsada, una educación que crea “mano de obra barata” y un hedor a podrido por fábricas y vertederos donde los reclamos no son escuchados ¿para qué ser ciudadano?. Una ciudadanía marcada por la capacidad de consumo, ciudadanos que son tales en la medida en que son capaces de “consumir derechos”, y no ser un gasto... los que “son un gasto” deben ir a los márgenes, a la periferia, a la omisión social, al olvido. Una dignidad de primera, de consumidores, y una dignidad “de segunda”, de aquellos que pueden o no quieren “consumir derechos”, sino que los exigen sin entregar beneficios económicos a un sistema cuyo fin es que todo -absolutamente todo- sea un “bien de consumo”. 

El “Recetario de Lavín” no responde a un capricho culinario ni a un menú al “alcance de todos”; este “recetario” es señalar eufemísticamente, para que no suene “brutal”, que realmente el pobre debe aceptar, agachar la cabeza, y reconocer que en un país donde existe un “pleno empleo” y donde la economía crece “por sobre las expectativas”, él no tiene lugar ni espacio para ser parte de la celebración, sencillamente no gana nada. No tendrá mejoras en salud, ni en educación, ni en ingresos, como tampoco a la hora de comer. Lisa y llanamente él no cuenta en la medida en que no pueda consumir aquello que son – en esencia- “derechos”.

Es por ello que puede sentirse feliz por Chile, por su economía y su “desarrollo”, pero siempre “a lo lejos”, una sonrisa lejana que lo hace partícipe de Chile pero sin ser parte del “crecimiento de Chile”. Charquicán digno y feliz para cada uno de los que les guste el charquicán y que pueda pagarlo, charquicán “sin carne” para el pobre y el que no pueda pagarlo. Lo siento, no todos tenemos la misma dignidad como “ciudadanos” en este país en constante crecimiento, algunos tendrán que conformarse con su “ciudadanía” “de segunda”, con su salud “de segunda”, con su educación “de segunda”, con su seguridad “de segunda”, con su previsión “de segunda”. Celebremos todo esto con unos ricos “porotos sin riendas” que es “casi igual” que el que comen en aquellos lugares que sí forman parte de Chile, pero “sin riendas”, un plato digno en cualquier mesa de Chile pero “sin riendas”, que no es otra cosa que decir, que alterado algo en su “esencia” sigue siendo lo mismo. Que gran error, pero compartido en educación, seguridad, salud, medioambiente, etc. Derechos de segunda para algunos, pero “si usted puede pagar...”

La dignidad a la hora del almuerzo no depende de la concepción de “ser humano”, depende de la capacidad económica del consumidor, del ciudadano. No todos tienen “derecho” a ser parte del Chile feliz, no todos tienen derecho a un “charquicán con carne”, algunos sencillamente no forman parte del Chile que nos quieren mostrar... a ellos va el recetario, a los que no forman parte del Chile que quieren dibujar; ese país donde la compra de derechos garantiza la existencia de “esos derechos”; derechos comprados, consumo.

Lo siento, sigan teniendo pésima atención de salud, sigan respirando el hedor de vertederos, sigan comiendo un rico plato que debe tener carne... pero que no la tiene; esa es la conclusión del “Recetario”. Volver “digno” aquello que no lo es, o que para el resto de Chile no tiene dignidad alguna, pero que poco importa ahí donde el “ciudadano” sólo lo es en sus derechos mermados y su capacidad de “consumo” limitada. Ciudadano que no consume no ayuda a la ciudadanía, no consume derechos, los exige... y eso no ayuda en nada a la economía.

La carne es muy “cara” para ustedes, al igual que la educación. ¿Quiere educación sin calidad? ¿Quiere charquicán sin carne? Ahí lo tiene al alcance de todos. ¿Quiere carne en su charquicán y calidad en su educación? Pague... sino confórmese con el “sucedáneo”, esa ciudadanía omitida por el Chile que nos quieren pintar. 

miércoles, 10 de julio de 2013

Frente a la Irresponsabilidad de la TV todos somos responsables.

Quiero comenzar haciendo una reflexión que nos permita el comprender que el hombre en su racionalidad no puede omitir, y es que la irresponsabilidad del hombre frente a lo que sucede lo lleva a la total y absoluta falta de responsabilidad con respecto a sí mismo y los otros. Por ende la libertad como omisión, como no participación -como silencio- puede llegar a ser una alternativa, pero una alternativa que nos hace irresponsables frente a lo que nos sucede, nos vuelve animales irracionales cuyos actos carecen de total y absoluta repercusión conciente. Irresponsabilidad e inconciencia frente a lo que sucede, así parece ser la libertad que hemos elegido.
Me hago no participe de los actos que suceden, actuando en ellos, pero –apelando a mi libertad- no me hago participe de lo que “va a suceder” con aquel acto. Como si ante el incendio en la casa del vecino cerráramos los ojos y oídos para no ver las llamas ni escuchar los gritos de desesperación, así parecemos actuar. La respuesta de la irresponsabilidad es bastante simple: yo no tengo nada que ver con el incendio, yo no puedo hacer nada contra el incendio, o, lo que haga o deje de hacer no cambiará en nada los efectos del incendio. A eso llamamos libertad, y la consideramos un logro, pero es una libertad irresponsable, es una libertad que –en último termino- apela a que nadie es responsable con respecto a lo que formamos entre todos. El incendio de la casa del vecino no es mi responsabilidad por que no inicié el fuego –pero sí soy responsable con respecto a que, teniendo la oportunidad de hacer algo frente a aquello que “hace daño”- no hago nada, apelando a mi libertad o mi falta de responsabilidad en el acto mismo del incendio. Frente al morbo de la televisión –de transmitir el vivo y en directo como le comunican a un padre que su hijo ha sido encontrado muerto- no puede existir como respuesta “responsable” el apagar el televisor. Eso es simplemente omitir, sencillamente no hacernos responsable de lo que hacen los canales de televisión dentro la sociedad de la cual formamos parte. Convierte  la televisión en un medio que puede ir más allá del bien y del mal y que- apelando al rating o la libertad- pueden pasar a llevar cualquier piso moral bajo el cual podemos convivir.
Yo no quiero ser responsable del daño que puede sufrir mi familia, pero eso implica – a la vez- el comprender que tampoco quiero que otras familias sufran daño, y reconociendo que lo que sucede en las familias forma parte de lo que construimos entre todos –sociedad o comunidad- no nos podemos mantener al margen sin destruir aquello que formamos.
El problema no es “el mal”, el problema es sentirnos irresponsables con respecto a ese mal, no ser responsables de poder cambiar el mal hacia el bien, o creer que somos impotentes frente a lo que sucede frente a nuestros ojos. En un mundo gobernado por la irresponsabilidad y la total carencia de efectos futuros de nuestros actos el único punto en común que podemos tener es apelar a la libertad de que todo lo que hacemos o dejemos de hacer escapa a cada uno de nosotros. No hay posibilidad alguna de crear consensos, discusiones o soluciones conjuntas, sólo hay actos que existen o no existen y que frente al rechazo de estos podemos omitirlos o ignorarlos, hacer como que estos jamás han existido. Si le gusta vea la televisión, sino le gusta apáguela. Si cree que la crisis medioambiental no existe no se informe, así esa crisis dejará de existir y el medioambiente dejará de ser un problema, al menos para usted –ignorando-. Sí la televisión se ha convertido en un espectáculo morboso y cree que la solución es apagar la televisión entonces esta se convierte en un medio carente de responsabilidad y –por lo tanto- sin la capacidad para poder determinar –como piso mínimo- algún tipo de moralidad mínima. Determinados por el consumo –apagar o no la televisión- la información que nos ofrecen -vaciados de elementos morales- no se diferenciaría en nada entre escoger entre un lápiz negro o azul, meros gustos a gusto del consumidor que en nada afectan, que no tienen responsabilidad alguna en la construcción de la realidad. Si frente a las acciones que tienen lugar en la sociedad nosotros no tenemos responsabilidad alguna entonces tenemos dos alternativas; la sociedad no existe y sólo existen los individuos; o ésta no es nada más que una imposición abstracta y carente de todo sentido que actúa sobre nosotros sin que podamos hacer nada. La primera nos lleva a un individualismo radicalizado donde cada uno de nuestros derechos están garantizados como libertades de consumo –basados en oferta y demanda-, la segunda de las alternativas nos lleva a una sociedad carente de un tejido social en el cual descansar y, por lo tanto, en la que ninguno de nosotros –individualmente- tiene responsabilidad alguna sobre la existencia de las peores bestialidades dentro del conjunto humano ya que “escapan a mi como individuo”.  La responsabilidad se nos presenta como un deber. Un deber para con la humanidad futura en cuanto a su existencia y esencia.
Apagar la televisión no es alternativa, como tampoco puede ser el silencio frente al mal a nuestros ojos: la ignorancia y la omisión; una cobardía. Hans Jonas señaló “responsabilidad es el cuidado, reconocido como deber, por otro ser, cuidado que, dada la amenaza de su vulnerabilidad, se convierte en preocupación”. La existencia de tal o cual sociedad es responsabilidad de todos, no el derecho de algunos como imposición de libertades individuales sin ningún tipo de reconocimiento de los efectos de cada uno de nuestros actos en “el otro”. Una televisión irresponsable es tan moralmente reprochable como creer que dejando el gas abierto no seré responsable de lo que ocurra posteriormente ... no sabía lo que iba a ocurrir después, no se nada de las leyes químicas que originan el fuego. No somos responsables de nada, ignoramos todos y cada uno de los efectos de nuestros actos. Es la misma respuesta que dieron millones de alemanes antes la bestialidad de Auschwitz ... “no somos responsables por que no podíamos hacer nada, no somos responsables por que no sabíamos lo que sucedía”.