En la obra de
Ortega la idea de nación no aparece como un término estático y
definitivo, sino más bien como un concepto dinámico y provisional. Y es que de
la misma manera que no hay una teoría del Estado explicita en la obra
orteguiana, tampoco la hay con respecto a la idea de nación y se referirá a
esta problemática dentro de su acepción cultural, y otras veces desde su
perspectiva política.
En el pensamiento
de Ortega el sentido de la Nación, en referencia a los pueblos europeos, tiene
un significado de “unidad de convivencia” diferente a lo que normalmente
entendemos por “pueblo”, ya que este último es considerado por nuestro autor
como una “colectividad” que se constituye por un repertorio de usos que el azar
o las vicisitudes de la historia, de su propia historia, han creado pero
carentes de proyección hacia adelante, sino proyectada siempre hacia un pasado.
En cambio, la Nación tiene un carácter histórico, como toda vida humana y toda
construcción de “estas vidas humanas”, así el hombre construye desde su realidad
radical su propia historia y, a la vez, una naturaleza en conjunto que
es la historia misma de este conjunto humano. Es así, como toda producción
humana, que la Nación tiene, y debe tener, un carácter propiamente histórico
que mira el futuro oponiéndose a la idea de Pueblo -o ciudad como veremos más
adelante- que vive sin proyecto futuro más que su propio pasado y presente; sin
jamás traspasar esa dualidad que la estanca y la detiene frente a la
“sustancia” misma de la Historia; el cambio.
La nación es
insustancial, no tiene una sustancia más que su carácter provisional y
variable, por que como el hombre mismo su construcción carece de
sustancialidad: “a la Nación la hace la historia, por eso es de tanta
suculencia”[1].
La Nación surgirá
con la Modernidad como una forma histórica de la convivencia humana, así
como antes en la historia se convivía bajo formas de Ciudad-Estado o Imperio. Pero si la constitución de estas
ciudades, o incluso imperios, tenía como acto de existencia acuerdos o pactos
debemos de comprender, junto con Ortega, que la constitución de la Nación es un
acto previo y superior a la voluntad de constituyente de sus miembros. La
Nación no puede ser fundada, tan sólo “se nace en ella”: “La Nación tiene un
origen vegetativo, espontáneo y como sonámbulo: se engendra por proliferación,
como una polípera, más acrecencias aluviales, como las conquistas o las
anexiones por causas dinásticas, que sólo se incorporan con efectividad social
al núcleo inicial después de largo tiempo y también, por tanto, en forma de
injerto vegetativo, de paulatina e indeliberada homogeneización. La Polís, en
cambio, surge de una deliberada voluntad para un fin. Tiene un carácter formal
de instrumento para ... Su origen, pues, es un telos. Este
informa, anima y es la Polis, y como todo lo que es telos lleva en sí,
viva y operante, la aspiración a la teleíosis –a la perfección-. Pero
esta perfección no es sentida como la esperanza de un desarrollo futuro,
sino como una calidad presente[2]”.
La “Polis” vive
atada a su propio presente, como una construcción humana sin razón de ser más
que responder a su propio pasado-presente
- a su telos, como nos señala Ortega- que la ata una y otra vez a
un presente a-histórico, incapaz de ver más allá de su propio fin determinado
de antemano. Como si viviera siempre atada a un presente que se niega a
avanzar, la Polis frena el avance mismo de la Historia, tanto en el plano de
los individuos como de la colectividad. La Nación, en cambio, posee no sólo la
dimensión de su existencia presente, y de un pasado que construye y moldea este
presente, sino por sobre todo una dimensión de futuro que se concreta por medio
de “un proyecto de vida en común”.
A partir de lo que
nos señala Ortega en la cita anterior es que podemos comprender el rasgo
definitivo para diferenciar una Nación de una Ciudad, Polis o Imperio; y es que
sólo en la primera está presente la “tradición” y el “porvenir” como una
constante que nos permite comprender la frase “en la Nación se nace”. No es
simplemente la conjugación de factores lo que constituye la existencia de una
Nación –como lo podrían señalar las definiciones tradicionales que nos remiten
a razas, historia, costumbres o valores -, sino que lo que realmente es
característico de la construcción nacional es la existencia de un proyecto
sugestivo de vida en común que, sin ser teleológico, es dinámico a la vez que
en constante cambio: “No es la comunidad anterior pretérita tradicional o
inmemorial –en suma: fatal e irreformable – la que proporciona titulo para la
convivencia política, sino la comunidad futura en el efectivo hacer”[3].
La Superación de la Inercia
hacia el Pasado; el Reto de la Nación
Para Ortega la
Nación supera la concepción de pueblo –como ya lo hemos señalado-
ya que el primero significa una unidad de convivencia distinta de lo que
entendemos por pueblo. Un “pueblo es una colectividad constituida por un
repertorio de usos tradicionales que el azar o las vicisitudes de la historia
ha creado. El pueblo vive inercialmente de su pasado y nada más.[4]”.
Y no es que Ortega nos quiera decir que el “pueblo” se oponga a la “nación”, es
más, el pueblo convive dentro de la nación pero esta última añade a “los usos
tradicionales inerciales” y “mecánicos” de un pueblo la aspiración de ser “la
manera más perfecta de ser hombre, y por tanto, bien fundada y proyectada sobre
el porvenir”[5]. Al respecto
nuestro autor nos dice: “(...) la pretensión de representar la mejor figura de
humanidad mantuvo en forma a los pueblos de Europa e hizo que su convivencia
tuviese durante siglos el maravilloso y fertilísimo carácter de una grandiosa
emulación de una lucha agonal en que se incitaban los unos a los otros hacia
mayor perfección. Por esto nos hace ver que la idea de Nación, a diferencia de
los pueblos que no son sino pueblos, implica, ante todo ser un programa de vida
hacia el futuro”[6]. En la
presente cita Ortega nos señala no sólo la diferencia entre un “pueblo” y una
“nación”, sino que también nos presenta lo que a su juicio representaba una
“crisis” en la Europa de su tiempo y la necesidad “continental” y “nacional” de
proyectarse más allá de su mero presente, ya que; “las naciones de Europa se
quedaron íntimamente sin porvenir, sin proyectos de futuro, sin aspiraciones
creadoras”[7].
Sin porvenir no
existe nación, ya que esta responde a un proyecto de futuro constante como la
vida humana misma que debe proyectarse siempre hacia el futuro. Si cada uno de
nosotros es primero y ante todo porvenir, la nación, como proyecto de
vida humana también debe serlo. La existencia de un pasado y de un presente
siempre tiene en vista la existencia de un futuro, pro no “cualquier futuro”
sino que uno que se construye “por y para el hombre”. Y, como señala Ortega,
“el hombre es ante todo porvenir”, y un hombre sin porvenir se desmoraliza al
igual que una nación. Sin la existencia de porvenir el hombre no avanza, es
como si, frente a la inexistencia de un futuro, nos “sentáramos” a ver como
“todo pasa” pero sin que nosotros seamos realmente “actores de aquello que
pasa” (la Historia misma). Por ello sin porvenir se produce un freno, o incluso
una involución, en el proyecto del hombre mismo y, en la nación, como creación
humana, sucederá lo mismo; “La idea de Nación, que había sido hasta ahora una
espuela se convierte en un freno. Incapaz de ofrecer a cada pueblo un programa
de vida futura los paraliza y encierra dentro de sí mismos”[8].
Sin la creencia en
si misma como proyecto, como empresa a futuro, que debe ser la Nación, esta se
vuelve hacia el pasado para reafirmar su presente y justificar su precaria, a
la vez que débil existencia. Pero no hay esa empresa a futuro a la cual
adherir, y sin ella no hay porvenir y no se avanza superando los estados
de naturaleza anteriores que no son más que el pasado histórico. Sin proyecto
la Nación se vuelve anacrónica con respecto a su realidad Moderna, y carente de
proyecto no duda sobre si misma y vuelve atrás: “La civilización europea duda a
fondo de si misma. ¡Enhorabuena que sea así!. Yo no recuerdo que ninguna
civilización haya muerto de un ataque de duda. Creo recordar más bien que las
civilizaciones han solido morir por una
petrificación de su fe tradicional, por una arteriosclerosis de sus creencias[9]”. El hombre avanza desde la duda, al igual que
las naciones y civilizaciones, con la certeza de un mañana, de un proyecto o
empresa, que es urgente construir constantemente. Y es que ante la certeza de
un mañana que vendrá, y ante la duda, como forma de “afrontar ese tiempo
futuro”, el hombre, al igual que las naciones, se proyecta encontrando “(...)
el elemento creador y el estrato más profundo y sustancial”[10].
De manera metafórica, pero con una claridad sorprendente, nos señala nuestro
autor con respecto a la “duda”, y su función en la naturaleza del hombre y las
naciones: “Pero esta sensación de naufragio es el gran estimulante del hombre.
Al sentir que se sumerge reaccionan sus más profundas energías, sus brazos se
agitan para ascender a la superficie. El naufrago se convierte en nadador, la
situación negativa se convierte en positiva. Todo ha nacido o ha renacido como
un movimiento natatorio de salvación. Este combate secreto de cada hombre con
sus intimas dudas allá en el recinto solitario de su alma da un precipitado:
este precipitado es la nueva fe de que va a vivir una nueva época”[11].
Las Ruinas, la Razón Histórica y
la Nación
La existencia de
un mañana nos permite avanzar por sobre las “ruinas” del pasado. La
inexistencia de aquel futuro como porvenir es lo que detiene a las naciones de
su misión, y las vuelve hacia aquel
nacionalismo hacia adentro propio de aquellos hombres pequeños que nos
señala Ortega. Hombres pequeños que en su convivencia conjunta no pueden
escapar al pasado y se aferran a el de manera mecánica e irreflexiva, como si
su identidad nacional –o supuesta identidad nacional- sea sólo “bailar al ritmo
de otro tambor”: “¡Ese baila con otro tambor! No es sino concentrar en una
palabra abreviadamente y, por tanto, con deliberada exageración, decir que un
pueblo consiste en puras manías acumuladas por el azar, que las mismas podrían
ser otras cualquiera”[12]. Y la nación es superior a ese vivir de
manera inercial el presente para “añadir formas de vida que, si bien
articuladas con las tradicionales, pretender representar una manera de ser
hombre en el sentido más elevado (...) bien fundada y proyectada sobre el
porvenir”[13]. La nación
surgirá en la modernidad superando las formas de convivencia humana anteriores
y - es por que ello que Ortega nos señalará que la misma idea de que las
naciones apelen a su “folklore” o a las reminiscencias del pasado para
“encontrar su nación”- no es otra cosa más que volver a recoger las ruinas como
si estas nos pudiesen dibujar un porvenir que no es tal. Por que las ruinas son
eso; ruinas, y estas forman parte del pasado, no de nuestro porvenir. “Las
ruinas, pues forman parte de la intima economía de la historia. Las ruinas son
ciertamente terribles para los arruinados, pero más terrible sería que la
historia no fuera capaz de ruinas. Sentimos como una pesadilla la imaginación
de que todas las construcciones del pretérito se hubiesen conservado. No
tendríamos lugar donde poner nuestros pies”[14].
De la misma forma como las generaciones avanzan unas sobre otras dejando
atrás acumulativamente a antiguas formas, para “rejuvenecerse a si misma”, el
cambio constante, la mutación, es la esencia cambiante de la historia.
“Para comprender algo humano, personal o colectivo, es preciso contar una
historia. Este hombre, esta nación hace tal cosa y es así porque antes hizo
otra y fue de tal otro modo. La vida sólo se vuelve transparente ante la razón
histórica”[15].
La relación entre
la formación compleja de las relaciones societales y su evolución encuentra en
el pensamiento de Ortega su razon de ser por medio de la existencia de
la razón histórica. Es por medio de esta última que la operación de
“mirar hacia futuro como proyecto” se encuentra presente en las naciones, e
imposible de encontrar en la Ciudad, Imperio o Pueblo. Nuestro autor nos dice:
“El nombre nación es sobremanera feliz porque insinúa desde luego que ella es
algo previo a toda voluntad constituyente de sus miembros. Está ahí antes e
independiente de nosotros sus individuos. Es algo en que nacemos, no es algo
que fundamos”[16]. La nación
es una empresa colectiva, e histórica, que mira hacia el futuro trazando un
porvenir, no se funda ni mira constantemente al pasado –como la polis griega –
sino que su legitimidad es una constante más allá de ese presente en el cual
nos situamos. La nación es observar, desde el presente y sobre las ruinas de
nuestro pasado, aquello que podemos abrazar como un porvenir, y cuanto con
mayor conocimiento acomodamos esas desgastadas y ya obsoletas ruinas, mejor
podremos observar, desde las alturas de estas, aquello que será como
proyecto deseable. Empresa, proyecto, quehacer, conceptos que revelan la
naturaleza dinámica de ambas realidades: vida humana individual—la de cada uno de
nosotros—y nación.
La nación no vive
de nuestras voluntades, no consiste en ellas, sino que existe como una realidad
natural[17]. Y es que
la Nación es una “realidad” que escapa a la ficción de constituir a la fuerza
el grupo humano, y su telos estático, como si este pudiera ser traducido
por medio de su pasado fundacional; la nación es un producto de la historia y
su evolución en la conformación de aquellos pueblos que, conteniendo todos los
elementos constituyentes de un “pueblo” comparte un porvenir que hace de
nosotros “compatriotas” y no meros “con-ciudadanos”, como sucedería, a juicio
de Ortega, en las antiguas Ciudades-Estado o Estados territoriales premodernos.
A propósito de esta comparación de “naturaleza histórica”; “La nación es en
este sentido un fenómeno menos puramente humano que la Polis si consideramos
como lo más humano al comportamiento lucidamente consciente. Claro que, por lo
mismo, es más real, más firme, menos contingente y aleatorio. Todo lo que es
plenamente consciente es –ni que decir tiene- más claro, más perspicuo y
traslucido que lo inconsciente, pero, a la vez, más etéreo y expuesto a súbita
volatización”[18]. La Polis es una construcción humana y fundada
bajo circunstancias y azares determinados, la Nación, en cambio, traspasa el
mero acto fundacional –y su telos- para aceptar el “peligro” de buscar
siempre proyectarse sobre si misma como si estuviera en constante construcción
y suspenso. A la nación “no la hacemos, ella nos hace, nos constituye, nos da
nuestra radicalidad sustancia”[19].
Es por ello que la pobreza de contenidos que presenta una Ciudad es que está
hecha por y para determinados individuos, a diferencia de la nación que esta
hecha “por la historia”. La Ciudad –como los Imperios o los “simples” Estados
premodernos – son el producto de un momento; de un momento fundacional que
busca perpetuarse en el tiempo contra la naturaleza misma de los hombres y su
condición histórica, que es, por el contrario, la sustancia misma de la Nación;
su condición y naturaleza histórica: “Se nace en la nación y los individuos no
la hacen un buen día, pero el caso es que, por otro lado, no hay nación si
además de nacer en ella no se preocupan de ella y la van, día por día, haciendo
y perhaciendo”[20].
[1] Ortega y
Gasset, José. De Europa Meditatio Quaedam. Pág.77. En: Europa y La Idea
de Nación. Ortega y Gasset, José. Alianza Editorial. Madrid. 1985.
[2] IBIDEM.
Pág.61.
[3] OPCIT.
Ortega y Gasset, José. La Rebelión de las Masas. S.D
[4] Ortega y
Gasset, José. De Nación a Provincia de Europa. Pág.15. En; OPCIT.
Europa y la Idea de Nación.
[5] IBIDEM.
Pág. 16
[6] IBIDEM.
Pág. 17.
[7] IDEM.
[8]
IBIDEM. Pág. 18. Al respecto Ortega señalará, posteriormente, en el
mismo texto; “Los periódicos se ocupan principalmente en conmemorar las glorias
caseras, en hablar de sus pequeños hombres, como nunca habían hecho hasta
ahora. Al mismo tiempo se cultiva el folklore monumentalizándolo de una manera
grotesca”.
[9] OPCIT.
De Europa Maditatio Quaedam. Pág.36.
[10] IDEM.
[11] IBIDEM.
Pág. 37.
[12] OPCIT.
Ortega y Gasset, José. De Nación a Provincia de Europa. Pág 16.
[13] IDEM
[14] OPCIT.
De Europa Meditatio Quaedam . Págs 38-39.
[15] OPCIT.
La Rebelión de las Masas.
[16] OPCIT.
De Europa Meditatio Quaedam. Pág. 62.
[17] IBIDEM.
Pág. 28
[18] IDEM.
[19] IDEM.
[20] IBIDEM.
Pág. 77